No es por ti, es por mí...

Yo soy el que tiene prisa . Yo soy el que tiene el reloj en la cabeza. Tic Tac Tic Tac detrás de los ojos. Yo soy el se pone de los nervios si te pones la camiseta o los zapatos al revés, si no te subes la cremallera, si no te abrochas el botón. Yo soy el que quiere que salgamos ya, el que quiere que estés preparado para salir ya . Yo soy el que se desespera porque tu hermana tarda en acabarse la leche. Porque tu hermano quiere vestirse conmigo al lado. Yo soy el que tarda un segundo de más en darme cuenta y en pedirte perdón por tirarte del pelo al hacerte la coleta . Y en darte un beso para que me perdones, aunque no haga falta . Yo soy el que olvida estas cosas. El que deja que las prisas me hagan olvidar lo que realmente tengo que hacer. Lo que necesitáis. Yo soy el que se olvida de lo importante que es ese Pikachu, ese dinosaurio, esa tarjeta. Lo importante que es irnos al cole con ese muñeco al que agarrarse. Iluso. Yo soy el que no se para a desear de verdad buenos

La mentira de la conciliación

Hoy me voy a repetir. Y no será suficiente, hay que insistir más y más en ello. Las veces que haga falta. La conciliación en España es mentira. Lo que las instituciones, empresas, organismos, o incluso la mayor parte de la sociedad entienden por conciliación, es en realidad sacrificio. Sacrificio laboral, sacrificio económico, familiar, o personal.

Para poder realizar como yo quería mi papel de padre, decidimos en su momento que lo mejor era acogerme a una reducción de jornada. Es una de las opciones más comunes. Primer sacrificio por la conciliación. La pérdida de posición, peso laboral y expectativas tras una reducción de jornada suele ser tremenda. Las empresas, los jefes, e incluso parte de los mismos compañeros te señalan. Lo que parece que para algunos ya es menos visible es el tema de la consiguiente reducción salarial, que los hay que se sorprende incluso de ello.
También está la opción de quedarse en casa y dedicarte por entero a la crianza de tus hijos, renunciando a tu vida laboral o a tu profesión, sin sentimiento de culpa. Te guste o no tu carrera, es otro gran sacrificio. Estás abandonando una faceta de tu propia vida, de tu propia identidad. Aunque uno lo haga de buena gana. Habría que ver cuántas madres que lo hacen, lo eligen libremente, o se ven abocadas a ello, sin más opción.

Aquí entramos en un tema enquistado en nuestra sociedad. Una de las ventajas –es un decir– de la crisis económica es que las familias ya no tienen el dinero necesario para pagar guarderías, pero en cambio tienen el tiempo disponible para cuidar a los hijos en casa. El sistema social actual sigue viendo con cierta normalidad que la madre tenga que renunciar a su vida profesional para dedicarse a criar a su prole. En el caso de que sea el padre, ya es harina de otro costal. Si por tener la jornada reducida y hacerte cargo activamente de la crianza ya estás señalado por parte de la sociedad, no me quiero imaginar si dejas tu trabajo para quedarte en casa. E insisto, darnos palmaditas en la espalda y alabarnos como 'padrazos', también es señalarnos.

También está el tema de las prestaciones y bajas, que es de chiste. Dieciséis semanas de baja por maternidad cuando la O.M.S. recomienda al menos seis meses de lactancia materna, a mí no me cuadra. Conozco a madres que han tenido que programar sus vacaciones para poder atender a sus recién nacidos un mes más. Y de la baja por paternidad –enlazando con el párrafo anterior– ya no sé cómo tomármelo. Lo dicho, hay que perder dinero para ser madre o padre. Pedir un día, o unas horas, para llevar a tu hijo al pediatra, o para asistir a una reunión en el cole, en ocasiones es sinónimo de pedir un favor. Nadie va a poner pegas abiertamente, ni a negarse, pero el sentimiento de culpabilidad que se impone a las madres y padres que trabajan es tremendo. "¡Ya está la madre –o el padre– escaqueándose!". Lo mismo que salir del trabajo a la hora estipulada por tu reducción de jornada –que es un derecho que te cuesta dinero, no un privilegio–: "¿Ya te vas? ¡Qué bien vives!".

En este país se vive y se trabaja siguiendo unos horarios demenciales. No sé si de debe a las horas de sol, a que Franco quiso tener el mismo huso horario que Hitler y Mussolini, o si el huevo fue antes que la gallina. Y los horarios escolares van por detrás de los laborales. Comer a las 2 o las 3 de la tarde y cenar a las 10 de la noche ni siquiera es sano. El reloj vital de este país lo marcan el telediario y el prime time de las cadenas de televisión. Por lo visto vivir bien es continuar tu jornada laboral por la tarde en plena digestión y acostarse más allá de las 12 de la noche tras ver la peli, el partido de fútbol, o el concurso de cocina de turno. El caso es que es una cuestión muy difícil de solucionar, por mucho que se esté planteando adoptar el huso británico (y que nos corresponde como hora solar). Los hábitos y costumbres están muy arraigados, y cambiar el ritmo de vida de cuarenta y tantos millones de personas es muy complicado, aunque lo que sí tengo claro es que de darse ese primer paso, son las instituciones y organismos, y las empresas, los que tienen que darlo.

Con este ritmo vital, también es normal que los padres tengan que cubrirse entre ellos, organizarse, y repartirse, para llevar entre los dos la crianza de los hijos. Repartirse mañanas y tardes, turnarse para atenderlos o hacer actividades. O depender de la ayuda de la familia, si es posible contar con ellos. Abuelos y familiares que solucionan la papeleta de la conciliación. Pero esto no siempre es posible. Y a fin de cuentas, ¿quién está conciliando? Si no puedes pasar tiempo con tu pareja, con tu familia, o con tus hijos, ¿qué estás conciliando? ¿Qué sacrificas?

Así que hoy me voy a repetir. Las veces que haga falta. La conciliación en España es mentira, en realidad es sacrificio. Sacrificio laboral, sacrificio económico, familiar, o personal. Y todo esto viene a cuento, porque llevo días semanas bastante tiempo sin apenas ver a mi mujer.

¡Que la Fuerza os acompañe!

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Comentarios

  1. Estoy de acuerdo en todo, para empezar están los horarios impuestos por empresas y el propio sistema que tenemos, no es normal que empecemos jornada a las 9 y terminemos a las 7 y desde luego eso hace imposible compaginar vida personal con laboral. Queda muchísimo por hacer todavía.

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    1. Es una guerra que no tiene pinta de ser posible ganar, como no se cambien conceptos básicos de la sociedad y el sistema laboral y económico. Lo primero es dar voz, gritar si hace falta, y visibilizar la situación!!
      Gracias por comentar ;)

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  2. Respuestas
    1. Gracias. Esto lo escribí hace tiempo, pero no cambiaría ni una coma ;)

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  3. Lo has clavado!! En nuestro caso me quede sin trabajo después de tener al cucu y como dices tengo tiempo, pero no dinero para la guardería. Yo en este aspecto soy algo negativa, hay que seguir luchando, pero creo que esta complicado cambiar las cosas, mientras a unos cuantos les interese tenernos apretados...saludos!!

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    1. Muy complicado. entre otras cosas porque no tienen el más mínimo interés en hacerlo. Su sistema funciona así, no somos más que peones y masa.
      Pero por eso mismo hay que quejarse, reinvindicar y luchar. De otro modo no van a solucionarnos nada ni cambiar algo que al sistema le va bien como está.

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  4. Mucha razón, no hay conciliación ni consciencia de ello. Se penaliza por querer criar a tus hijos, por pedir permisos para atenderlos. Un desastre. Hay que quejarse, reinvindicar, movilizarse y luchar. De brazos cruzados no vamos a conseguir nada.

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