Ahora que todos hablan de la
vuelta al cole y el inicio de las clases, yo vengo a hablaros esta semana de nuestro
viaje de este verano, y terminar con el tema de las
vacaciones en la Academia
Jedi. El año pasado nuestros pequeños
padawanes, con tan solo unos
20 meses, se estrenaron en eso de viajar en
avión. Y si algo aprendimos de aquella
aventura londinense es que si nos lo proponíamos y lo organizamos bien, éramos capaces de montarnos un buen viaje con ellos. Quizás no como estábamos acostumbrados antes de ser padres, ni tan lejos –
algún día volveremos a Japón, algún día–, pero siempre hay opciones muy interesantes y muy
divertidas a dos horas de vuelo. Sólo hay que planteárselo de otra forma, a otro
ritmo. Viajar es una parte importante en la
educación, o eso pensamos en casa, y aporta vivencias enriquecedoras, nos muestra la diversidad del mundo y enseña nuevos puntos de vista.
Así que tras pasar en la
playa el mes de
julio, y aún afianzando la
'operación Pañal', nos lanzamos a una escapada a
Roma y
Florencia, con la rama paterna de la familia, con el adorado
tito Kiko y con el primito
Alonso, el
padawan más pequeño de la familia. Para él sí iba a ser el primer vuelo. Con los pequeños preferíamos buscar un destino
cercano, a no mucho más de dos horas de avión y sin trasbordo, por lo que la lista de
propuestas se reducía bastante. La
Maestra Jedi y yo ya habíamos estado un par de ocasiones, pero los titos no conocían
Italia todavía, así que a priori era la elección
perfecta.
En esta ocasión fue la
tita Gema la que se encargó de la
organización, buscar vuelos, hoteles, traslados, y la verdad es que podría montar una agencia, porque lo tenía todo atado y
resuelto, y con un presupuesto más que
ajustado. Los
padawanes ya pagan billete en los vuelos, pero también pueden llevar
equipaje de cabina, así que intentamos evitar facturar nada. Una de sus maletas estaba reservada exclusivamente para
mudas y ropa de repuesto, porque aún no dominaban a la perfección eso de ir sin
pañales, pero
casi podríamos habérnosla ahorrado, porque en todo el viaje no hubo ningún
accidente, ni en baños públicos, ni en bares, hoteles, ni en el avión. Lo que sí hubo que llevar aparte fue el
carrito doble, del que la aerolínea se encargaba de recoger y entregar en destino.
Volar en
avión siempre es una experiencia. El año pasado los
padawanes no se dieron ni cuenta, tan pequeños, pero esta año era distinto. Sobre todo porque
vieron el avión, subimos a bordo desde la misma pista. Y además iban
sentados en su propio asiento. Cuando el aparato enfiló la pista, aumentó el ruido de los motores y aceleró de golpe para el
despegue, no podía dejar de mirar al pequeño
Luke que iba sentado detrás de mí. Miraba con su cara de
entusiasmo, los ojos y la boca abiertos, no sabía lo que pasaba a su alrededor, pero sonreía disfrutando con la experiencia. Los dos estaban contentos. El primo
Alonso iba sobre su mamá, y pasó la mitad del tiempo dormido. El vuelo pasó rápido, más
movido de lo que esperaba, porque los niños no paraban quietos mucho rato, y en más de una ocasión hubo que probar suerte en los servicios para evitar empezar con mal pie. Los móviles con juegos y dibujos animados, y sobre todo el
tito Kiko, hicieron el resto hasta llegar a
Roma.
Ya es complicado que todo esté previsto y bajo control, pero la verdad es que salvo un pequeño
malentendido –solucionado– con las camas y cunas de viaje para los pequeños, no tuvimos más problemas. En Roma el hotel estaba a escasos 10 minutos del monumento a Vittorio Emanuele y los foros romanos, en buena zona. Roma es una ciudad muy manejable, las zonas turísticas y las ruinas antiguas no están muy alejadas, y aunque siempre queda algo por descubrir, puedes plantearte rutas y visitas de los lugares más significativos si tu estancia es corta. Ésta es mi tercera visita a la
Ciudad Eterna, y siempre vuelvo encantado, y con algún nuevo recuerdo, o algún nuevo rincón descubierto. Nos quedaron por visitar algunas plazas y algunos monumentos, sobre todo para mis hermanos, que estaban allí por primera vez, pero Roma siempre estará ahí, para la siguiente
escapada.
Roma siempre es
espectacular, siempre convence. Pero no todo es perfecto. Cuando vas con niños pequeños y carritos, te das cuenta de detalles y
defectos que antes pasabas por alto. Aparte del inconveniente asumido de visitarla en agosto –es una ciudad con mucho calor y
humedad–, y la cantidad de turistas con los que compartir calles, larguísimas colas y visitas, Roma es una ciudad poco
accesible. Casi todo el
casco antiguo lo forman calles empedradas, incómodas, con aceras
estrechas. Es raro encontrar badenes para los carritos, las famosas
Siete Colinas la convierte en una ciudad de cuestas y escaleras, que además suelen estar también empedradas. Tan harto
acabé acabamos de la sillita gemelar que en la visita al
Coliseo –tras una
cola tumulto demencial– estuvimos tentados de dejarla en un rincón y recogerla a la vuelta, sin importarnos que pudiera llevársela alguien. Y aunque hay
parques, no son adecuados para pasar el rato con los niños. Hay muchas plazas –
San Pedro en el Vaticano es enorme–, avenidas, llenas de gente, pero nada que se pareciera a los ratos de descanso y juegos con los peques en los parques de
Londres. Lo más parecido es almorzar y pasar la tarde en el
Trastévere, o tomar un helado en
Piazza Navona, o pasar un rato descansando frente a mi monumento favorito de
la Città, el
Pantheon de Agripa. Que tampoco está nada mal.
La segunda etapa del viaje era
Florencia, y aún nos quedaba por estrenar otro medio de
transporte. Ya habíamos probado el avión, el coche, el autobús, el metro, así que nos faltaba
el tren. El viaje en barco lo dejaremos para el año que viene. El entusiasmo de subirse al tren pasó al rato de ponerse éste en marcha, así que tuvimos que recurrir al amigo
Pocoyó en la tablet de la
tita Gema. Lo peor de todo, tener que arrastrar tanto bulto, maletas, y la maltrecha
Cosatto gemelar, que ya venía muy perjudicada de casa, pero con tanto escalón y empedrado romano, llegó para el arrastre. Menos mal que aquí la usamos menos, y Florencia es más
manejable y transitable.
Florencia es también espectacular. La sombra de
Santa Maria del Fiore y el
Campanile lo cubre casi todo, pero tiene calles,
piazzas, rincones y fachadas impresionantes tras cualquier esquina de su casco histórico. Cada vez que he recorrido Via dei Calzaiuoli desde la
Piazza della Signoria y me he encontrado de bruces con la gigantesca torre del campanario de Giotto se me corta el aliento. Florencia es una ciudad más cómoda para pasear, es más pequeña y recogida, pero también mejor preparada, y sin cuestas. Los peques estuvieron en su linea, se portaron genial, y lo pasaron genial. La pequeña
Leia encendió velas con la
Maestra Jedi en la Iglesia de
Orsanmichele, y a
Luke hubo que convencerlo de que no podíamos bajar al río Arno desde el
Ponte Vecchio. La llamada del agua.
De todas formas, no sé si los
padawanes hubieran disfrutado tanto si no hubiera estado con nosotros el
tito Kiko. Los pequeños y el
primo Alonso no lo han dejado descansar en todo el viaje. A cada rato lo buscaban, para que jugara con ellos, para que los llevara en brazos y para ir de su mano. Iban a todas partes con él, le cogieron el
truco rápidamente:
"Po'h favó'h", alzando los brazos, y claro, cualquiera se resistía. Y nosotros tampoco teníamos mucho problema en dejarlos en manos de mi
hermano. Como se suele decir, "a quien Dios no le da hijos, el diablo le da
sobrinos". Helados a tres bocas, carreras, paseos sobre los hombros, siestas sobre su pecho... Un día le costó a mi hermano enseñarles a decir
"Ma che cosa fai!", haciendo con la mano el gesto típico italiano. Y más de una semana nos costó a nosotros que dejaran de preguntar
por él ya de vuelta en casa.
Y la
vuelta a casa fue tan bien como el viaje de ida, pero nos costó volver a los
horarios, costumbres de siempre. Tanto es así que al día siguiente de regresar comprobamos que a la
"Operación Pañal" aún le quedaban coletazos. Los cambios nunca son buenos para eso de las
rutinas, y era mucha alteración para los peques. Pero se amoldan y
acostumbran a todo, y entre piscinas y playa se pasó lo que quedaba de
veraneo, y parece que el tema de ir al baño está más o menos controlado. Ahora ya tenemos nuevos retos en los que pensar. A ver cómo se les da lo de entrar en el
colegio –que ya me toca escribir sobre esto–. Y también nos queda pendiente pensar en las próximas vacaciones y buscar
próximos destinos. Quizás algo más
lejano...
Che la Forza sia con voi!
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