No es por ti, es por mí...

Yo soy el que tiene prisa . Yo soy el que tiene el reloj en la cabeza. Tic Tac Tic Tac detrás de los ojos. Yo soy el se pone de los nervios si te pones la camiseta o los zapatos al revés, si no te subes la cremallera, si no te abrochas el botón. Yo soy el que quiere que salgamos ya, el que quiere que estés preparado para salir ya . Yo soy el que se desespera porque tu hermana tarda en acabarse la leche. Porque tu hermano quiere vestirse conmigo al lado. Yo soy el que tarda un segundo de más en darme cuenta y en pedirte perdón por tirarte del pelo al hacerte la coleta . Y en darte un beso para que me perdones, aunque no haga falta . Yo soy el que olvida estas cosas. El que deja que las prisas me hagan olvidar lo que realmente tengo que hacer. Lo que necesitáis. Yo soy el que se olvida de lo importante que es ese Pikachu, ese dinosaurio, esa tarjeta. Lo importante que es irnos al cole con ese muñeco al que agarrarse. Iluso. Yo soy el que no se para a desear de verdad buenos

Recuerdos a la mesa

Ayer preparé potaje de alubias. No es la mejor forma de arrancar un post, lo sé, pero esta sencilla rutina me hizo recordar algo que escribí no hace mucho en forma de menú completo para compartir en el blog de Madresfera. No tardé en releerlo. Cocinar un guiso de recuerdos, malas experiencias, preocupaciones y carencias de padre improvisador, y que resulte digerible. Tras un par de pequeñas modificaciones y algún condimento extra, aquí os lo sirvo. Que aproveche.

A la mesa

Ahora que mis mellizos acaban de cumplir siete años, muchos de los temas que salen en mis conversaciones y en el blog giran alrededor de los recuerdos. De los suyos y de los míos. O al revés. Creo que más o menos a esa edad es cuando comienza mi memoria más nítida y persistente. Y aunque la instantánea de mi infancia es como una colcha llena de agujeros, sí recuerdo claramente momentos, situaciones y eventos, pero sobre todo relaciones y sensaciones. Y a veces son sólo piedras que llevarás siempre contigo en los bolsillos, o tatuajes de los que no recuerdas el significado, pero ya son parte indisoluble de tu imagen.

Entrantes

Como padre he tenido que aprender muchas cosas. Arrastraba –y arrastro– muchas taras y muchas carencias, muchas de esas piedras en los bolsillos. A nuestro caldo de cultivo patriarcal y nuestra educación, hay que sumarle mi pereza, claro. La tan nombrada carga mental de los cuidados sigue inclinada hacia el debe, aunque poco a poco hago por mejorar. Y aquí no puedo tirar de mis recuerdos para ello, tengo que ir sobre la marcha. En el reto de ser un hombre corresponsable hay muchos caminos abiertos, pero hay que recorrerlos todos.

La educación, los cuidados y el cariño, el acompañamiento, la provisión, la intendencia... Todos los charcos son importantes, pero siempre hay lagunas que te llegan más arriba del tobillo o la pantorrilla. Como ejemplo, en mi caso y en mi casa el fondo de armario sigue siendo terreno virgen, casi inexplorado. Aquí se junta todo: por un lado mi despreocupación, más allá de las camisetas frikis o prendas de sport, y por otro, la fijación y habilidad de la Maestra-Jedi (sí, ya sé que eso no es excusa). Menos mal que al menos sé conjuntar, Batman no es el único que sabe combinar negro y azul. Sigo aprendiendo.

Primer plato

Hay otros terrenos en los que me desenvuelvo con algo más de soltura. Y en parte tiene que ver con la organización y turnos que hemos adoptado en la Academia-Jedi. Por ejemplo, la hora de la comida, la compra y la provisión. La planificación semanal de los menús a veces nos pilla descolocados, pero improvisar también tiene su gracia. Yo me encargo de las compras, de los desayunos y las meriendas del cole, y de cocinar la mayoría de los días, aunque muchas veces tiramos de comida preparada por la Maestra-Jedi con antelación. Durante bastante tiempo esto me generaba pequeños dramas a la hora de sentarnos todos a la mesa. Y en parte creo que es porque en mis recuerdos solo encuentro a mi madre cocinando y a mi padre obligándome a comer.

Cada uno en la Academia-Jedi tenemos nuestros gustos y nuestras fobias culinarias. Y muchas veces, demasiadas, me descubro insistiendo, agobiando y casi obligando a los niños a comer lo que les he preparado. "Una cucharada más", "un último bocado", "es que no lo has probado"... En más de una ocasión he acabado recogido la mesa con la frustración en el paladar y un regusto de impotencia y culpa en la boca. Y lo que es peor, ellos también. Poco a poco, con los meses y años, he ido entendiendo que esto también son mis piedras en los bolsillos, no los suyos. Son mis tatuajes. Y odiaría que ellos los hereden.

Segundo plato

Y entonces llega la Maestra-Jedi, y en su infinita paciencia –y sapiencia– intenta iluminarme el camino. No pasa nada por dejar la comida a medias, o incluso por no probar la fruta, ya llegará la hora de merendar, o de cenar. No es tan importante quedarse con un poco de hambre, si eso va a suponer que acabemos disgustados. Es un error convertir la hora de comer en una obligación, en un trámite forzoso. No importa más la boca llena que la sonrisa llena; el plato medio vacío que compartir felices el momento, que estéis contentos a la mesa conmigo. ¿Dónde está mi sentido común? ¡Seré imbécil!

Es cuando esos recuerdos vuelven a aparecer. Evocaciones de lo bien que cocinaba mi madre, pero también del asco que me daba la clara de los huevos fritos, o los filetes de ternera, las espinacas, la fruta... Y sobre todo el mal trago que suponía tantas veces sentarse a la mesa, sabiendo que aquellas lentejas me esperarían por la noche. Malos tragos, malas experiencias y frustraciones que me han supuesto que durante todos estos años me he negado y aún sigo negándome a tocar siquiera multitud de platos y comidas. Mis recuerdos. Hoy –ayer– mi hijo no quiere probar las alubias, apenas un par de cucharadas. Hoy yo no debería hacer que las aborrezca el resto de su vida.

Postre

No debería, pero aún me cuesta. A veces sigo insistiendo en que coman una cucharada más o un último bocado. Pero ya no es con la misma actitud, ni forzando algo que ya he asumido que no va a pasar. A Luke no le van a empezar a gustar las alubias por mucho que yo le repita que están ricas. Ni Leia no va a acabarse la sopa por mucho que le insista. Pero ya no convierto la mesa en un ring, la hora de comer en un tira y afloja frustrante, en un drama. No quiero esos recuerdos. Poco a poco sigo aprendiendo.

Y ahora perdonadme, que estas albóndigas no van a hacerse solas...

[Este post se publicó originalmente en el blog de Madresfera. Puedes leer el original aquí.]

¡Que la Fuerza os acompañe!

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