No es por ti, es por mí...

Yo soy el que tiene prisa . Yo soy el que tiene el reloj en la cabeza. Tic Tac Tic Tac detrás de los ojos. Yo soy el se pone de los nervios si te pones la camiseta o los zapatos al revés, si no te subes la cremallera, si no te abrochas el botón. Yo soy el que quiere que salgamos ya, el que quiere que estés preparado para salir ya . Yo soy el que se desespera porque tu hermana tarda en acabarse la leche. Porque tu hermano quiere vestirse conmigo al lado. Yo soy el que tarda un segundo de más en darme cuenta y en pedirte perdón por tirarte del pelo al hacerte la coleta . Y en darte un beso para que me perdones, aunque no haga falta . Yo soy el que olvida estas cosas. El que deja que las prisas me hagan olvidar lo que realmente tengo que hacer. Lo que necesitáis. Yo soy el que se olvida de lo importante que es ese Pikachu, ese dinosaurio, esa tarjeta. Lo importante que es irnos al cole con ese muñeco al que agarrarse. Iluso. Yo soy el que no se para a desear de verdad buenos

Pepito Grillo

Pepito Grillo tenemos todos. A veces lo escuchamos, a veces lo ignoramos. Pero estar, está siempre ahí. Lo que ocurre es que incluso aunque nuestra pretensión sea siempre la de ser racional, calmado y mesurado, en ocasiones nuestro Mr. Hyde interior echa a perder las buenas intenciones y ahoga las voces de la cordura con forma de insecto con chistera. Y luego nos arrepentimos, claro.
Yo estoy empezando a sentir ese arrepentimiento cada dos por tres, demasiado a menudo. Porque resulta que tengo un Mr. Hyde interino un tanto impredecible. No me doy cuenta de ello, pero me sale solo. Aún sin perder el control, sin enfadarme o sin estar regañando a los pequeños padawanes, me descubro a veces hablándoles en un tono demasiado alto, demasiado imperativo. Y entonces aparece Pepito Grillo. Y resulta que, mira tú por dónde, tengo un segundo Pepito Grillo. Uno de unos 20 kilos, y una sonrisa enorme.

Y menos mal. La kryptonita de Mr. Hyde no tiene mucho misterio. Basta con que le hable al pequeño Luke en un mal tono, o más alto de lo normal, y él me mire, con ojos distintos, y me diga sin tapujos: –"¡Pero no te enfades!", o –"¡No te pongas así!". Y la realidad me suelta un bofetón. Este personaje de 20 kilos me da una lección, y me enseña en tan solo un momento lo mal que lo hago, tantas veces. Sin darme cuenta de mi defecto, sin mala intención, ni siquiera sin perder los nervios ni estar enfadado o riñéndole. Lo hago mal, y él me lo enseña. Muchas veces hasta con una sonrisa, aunque me mire con ojos distintos.

Tan simple como eso. Mr. Hyde se esfuma, se vuelve a su gruta oscura, se entierra con el cansancio y el sueño acumulado, el estrés, la falta de tiempo y los malos momentos a los que recurre como coartada, pero que no sirven de excusa posible. Lo único que Luke quiere es que no me enfade con él. Que no deje de quererlo ni siquiera ese segundo, que no le hable mal, que no le levante la voz. Que no lo maltrate. Él me lo enseña. Y yo tengo que aprender.

¡Que la Fuerza os acompañe!
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Comentarios

  1. La verdad es que Hyde viene a visitarnos a todos muchas más veces de las que deseamos. Es como el vecino gorrón: aunque venga pocas veces, por poco que sea, siempre serán demasiadas.
    Menos mal que los tenemos a ellos. ;)

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    Respuestas
    1. Sip, al final ellos son nuestros mejores maestros, y los que nos enseñan el camino ;)

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