No es por ti, es por mí...

Yo soy el que tiene prisa . Yo soy el que tiene el reloj en la cabeza. Tic Tac Tic Tac detrás de los ojos. Yo soy el se pone de los nervios si te pones la camiseta o los zapatos al revés, si no te subes la cremallera, si no te abrochas el botón. Yo soy el que quiere que salgamos ya, el que quiere que estés preparado para salir ya . Yo soy el que se desespera porque tu hermana tarda en acabarse la leche. Porque tu hermano quiere vestirse conmigo al lado. Yo soy el que tarda un segundo de más en darme cuenta y en pedirte perdón por tirarte del pelo al hacerte la coleta . Y en darte un beso para que me perdones, aunque no haga falta . Yo soy el que olvida estas cosas. El que deja que las prisas me hagan olvidar lo que realmente tengo que hacer. Lo que necesitáis. Yo soy el que se olvida de lo importante que es ese Pikachu, ese dinosaurio, esa tarjeta. Lo importante que es irnos al cole con ese muñeco al que agarrarse. Iluso. Yo soy el que no se para a desear de verdad buenos

Niños libres, #BesosLibres

Hay una situación social muy común, muy habitual, muy normal. Todos lo hacemos. Todos somos partícipes de esta convención social. Llegamos, y besamos para saludar. Nos vamos, y besamos para despedirnos. Educación, es la forma más común de describir esta convención. Somos conscientes de qué significa un beso. Puede ser más afectivo, más cariñoso, más respetuoso, más casto, más travieso. Pero todos sabemos qué beso damos.

Para un niño o una niña pequeña, un beso no es cuestión de educación. Si quieren demostrar cariño, por imitación, besan. No son maleducados por no querer dar un beso a alguien. Ni siquiera a alguien cercano. Y mucho menos si es a alguien –para él o ella– desconocido. Un día te dan un beso, porque les brota, te quieren, se alegran de verte, y al día siguiente, queriéndote igual, no te lo dan. Es así de simple. Y si no quieren dártelo, te fastidias. Es así de simple.

En muchas ocasiones nos hemos descubierto obligando a los pequeños a besar, en contra de su apetencia, de sus ganas, de su voluntad. Bajo la excusa de demostrar educación. Cuando lo que de verdad sería educar correctamente es enseñarles a decir NO cuando quieran decir NO. Porque hay muchas formas de pedir, incluso de pedir un beso, y también hay formas de negarlo, de decir NO. Incluso educadas.
Yo le doy besos y cariños a mis padawanes. Constantemente. Y se los pido. Si me los devuelven, soy feliz. Es un contacto especial, la mejor de las sensaciones, por muy efímera que sea. Te regalan un microsegundo de felicidad en su simpleza, te llenan. Pero es eso, un regalo. Y los regalos hay que darlos libremente. A veces, al pequeño Luke no es necesario ni que se los pidamos. Le encanta darnos y devolvernos besos, a todos. Hasta se pone besucón, y nos conquista con tantos cariños. Leia no es tan expresiva, pero también tiene sus momentos. Pero espero que nunca, nunca, se me ocurra reprocharles una negativa. Mucho menos enfadarme.

Decía el compañero Javier de Domingo que pedir los besos está bien, pero hay que saber pedirlos, disfrutando del cuando te besan de buena gana, y aceptando y respetando el NO. Porque significa que son libres, sin presiones, sin manipulaciones, sin condiciones. Ni premios ni castigos. Respeto. Libertad.

Los niños debe ser libres para decir NO, y ser respetados. Ignorar a los pequeños e insistirles para que besen a alguien por mantener una convención de adultos, una educación de adultos, o por evitarnos una situación incómoda con un tercero, es enseñarles que el NO –su NO– se puede ignorar, que no se le respeta. Y como padre, eso es algo que no quiero que aprendan. Quiero que aprendan a sentirse libres para decir NO a un adulto.

¡Que la Fuerza os acompañe!
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