No es por ti, es por mí...

Yo soy el que tiene prisa . Yo soy el que tiene el reloj en la cabeza. Tic Tac Tic Tac detrás de los ojos. Yo soy el se pone de los nervios si te pones la camiseta o los zapatos al revés, si no te subes la cremallera, si no te abrochas el botón. Yo soy el que quiere que salgamos ya, el que quiere que estés preparado para salir ya . Yo soy el que se desespera porque tu hermana tarda en acabarse la leche. Porque tu hermano quiere vestirse conmigo al lado. Yo soy el que tarda un segundo de más en darme cuenta y en pedirte perdón por tirarte del pelo al hacerte la coleta . Y en darte un beso para que me perdones, aunque no haga falta . Yo soy el que olvida estas cosas. El que deja que las prisas me hagan olvidar lo que realmente tengo que hacer. Lo que necesitáis. Yo soy el que se olvida de lo importante que es ese Pikachu, ese dinosaurio, esa tarjeta. Lo importante que es irnos al cole con ese muñeco al que agarrarse. Iluso. Yo soy el que no se para a desear de verdad buenos...

Café solo

Dos años y nueve meses. Esa es la edad con la que mis –todavía– pequeños padawanes han empezado a ir al colegio. Treinta y tres meses. Cada día, cada mañana de estos casi tres años los he pasado con ellos. Con excepciones, como algunas mañanas que la Maestra Jedi no tenía que irse a trabajar, y ella se hacía cargo de ellos y me dejaba descansar un rato. O a veces que han estado algún día en casa de la familia, o yo he tenido que ausentarme por alguna razón. Pero nunca más de dos o tres días.

Han sido muchas mañanas escuchándolos venir por el pasillo hasta mi cama, pidiendo juego y desayuno desde bien temprano. Muchas mañanas desperezándonos, lavándonos, preparándonos el desayuno. Compartiendo risas y quejidos mañaneros, bizcochos, tostadas y galletas. Ellos con su leche y yo con mi café. Ellos con sus biberones y yo con alguna de mis tazas. Así empezaban nuestras mañanas. Muchos meses. Muchas mañanas juntos.
Ahora también les preparo el desayuno. Pero no es lo mismo. Despertarlos más temprano, lavarlos y vestirlos, como siempre, pero no de la misma forma. Con más prisa y menos diversión, menos felicidad. –"¿Dónde vamos, papi?". –"Al cole, cariño". Yo no me paro ni a desayunar, siempre puedo pasar a la vuelta por la cafetería de abajo de casa. Camino del colegio vamos los tres de la mano, como cuando íbamos al parque. Pero no es lo mismo. Ahora ellos entran en el colegio, y yo me quedo en la puerta.

Reconozco que ahora tengo más tiempo para mis cosas, y he recuperado cierta tranquilidad. Pero no es lo mismo. No es lo mismo pasar cada mañana sin jugar al menos rato con los pequeños, con sus Legos, sus lápices de colores, sus puzles y sus cuentos, hacerles cosquillas, o correr por el pasillo tras ellos. No es lo mismo ir a hacer las compras por el barrio sin ellos. Antes también era una excusa para pasearlos, y siempre eran el centro de atención en la frutería, en la carnicería, en el quiosco. Y después un rato al parque, a jugar con ellos. Ahora no es lo mismo. Tengo más tiempo, y más tranquilidad, pero no es lo mismo.

El sábado pasado sí pude llevarlos al parque, mientras la Maestra Jedi se quedaba corrigiendo exámenes en casa. Lo pasamos genial los tres, entre risas, juegos y carreras. Y me di cuenta de cuánto lo echaba de menos. Es cansado, agotador, y hay días que no se te da del todo bien esto de sobrellevar a dos mellizos de dos años y medio. Y también pensé que en estas últimas semanas, de golpe, había pasado de estar con ellos constantemente, todas las mañanas todos estos meses, a verlos apenas una hora, lo justo para darles el desayuno y llevarlos al cole, y otro rato para recogerlos, charlar un poco con ellos, y darles la comida antes de irme al trabajo toda la tarde. Para cuando vuelvo a casa por la noche, ya están dormidos.

Y a la mañana siguiente, después de llevarlos de nuevo al cole, me vuelvo a casa, a mis cosas. Pero no es lo mismo. Ahora me tomo el café solo.

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