No es por ti, es por mí...

Yo soy el que tiene prisa . Yo soy el que tiene el reloj en la cabeza. Tic Tac Tic Tac detrás de los ojos. Yo soy el se pone de los nervios si te pones la camiseta o los zapatos al revés, si no te subes la cremallera, si no te abrochas el botón. Yo soy el que quiere que salgamos ya, el que quiere que estés preparado para salir ya . Yo soy el que se desespera porque tu hermana tarda en acabarse la leche. Porque tu hermano quiere vestirse conmigo al lado. Yo soy el que tarda un segundo de más en darme cuenta y en pedirte perdón por tirarte del pelo al hacerte la coleta . Y en darte un beso para que me perdones, aunque no haga falta . Yo soy el que olvida estas cosas. El que deja que las prisas me hagan olvidar lo que realmente tengo que hacer. Lo que necesitáis. Yo soy el que se olvida de lo importante que es ese Pikachu, ese dinosaurio, esa tarjeta. Lo importante que es irnos al cole con ese muñeco al que agarrarse. Iluso. Yo soy el que no se para a desear de verdad buenos

Release The Kraken

Hace poco leía a mi amigo Adrián sobre revoluciones domésticas y vitales. Me hizo recordar un término que solía usar en este blog cuando os contaba los días de furia de Luke y Leia: el mellizogeddon. Me pregunto porqué ya no recurro a ello tan a menudo. Y me doy cuenta de que con siete años, la locura de la primera infancia, los terribles dos y tres años y los berrinches, la entropía y el caos, los cataclismos infantiles ya no son lo que eran. Ahora con siete años son... otra cosa.


La etapa de los berrinches ya pasó. Pero vivimos en un estado revuelto y revolucionado casi a diario. Cuando no es por babor, es por estribor, o incluso alguna vez aparece el Kraken por ambas bordas. A menudo me descubro intentando calmar esas aguas bravas, maremotos de un ratito, opacar un poco esa luz salvaje, acallar canciones y gritos de juegos, persecuciones por el pasillo, calcetín en mano. O metiendo prisa por apurar el colacao, por recoger los juguetes del cuarto, por terminar la ficha de lectura o el último episodio de Doraemon, o pidiendo desesperado que se enjabonen y dejen de jugar en la bañera, de echar agua por la borda. Y en alguna ocasión me digo a mí mismo: "¿¡pero seré melón!?".

Luego leo a Adrián, o escribo sobre mi propio Peter Pan, y pienso en la de veces que, hablando con otras madres y padres sobre los niños –los míos y los de los demás–, utilizo una frase, que no por sonar a excusa y coartada, deja de ser cierta: "si es que tienen siete años". Pero resulta que esos siete años también pasarán. Y como me contaba en aquella carta que me dediqué hace unos años, mejor será que espabile. Porque Luke y Leia no van a esperarme. Su ritmo es mucho más rápido y constante que el mío, son imparables. Y no puedo permitirme quedarme atrás, quiero seguir haciendo todo el camino que pueda junto a ellos, no perderme nada, y esto no ha hecho más que empezar. Así que "espabila, melón".

Sí, ya no es tan habitual como antes verlos cantar a viva voz por la calle. Pero de vez en cuando me dan ganas de agarrar a cada uno de una mano, liberar al Kraken, y montar otro mellizogeddon.

¡Que la Fuerza os acompañe!


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Comentarios

  1. ¡Muy buen post! Los niños llegan a edades que muchas veces son incontrolables y se convierten en auténticos terremotos. Lo mejor es dejarles sus ratos de juegos en su habitación, con unos calcetines divertidos y calentitos y con ropa cómoda. De esta manera, conseguiremos que duerman placidamente toda la noche.

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